Nadie llega a un acuerdo sin confiar, a priori, en que la otra parte cumplirá su parte del trato. La confianza es un punto de inicio pero, ¿debe mantenerse ciegamente de una manera indefinida?
“Trust, but verify” (confía, pero verifica) es una frase popularizada en occidente por Ronald Reagan proveniente de la cultura rusa. No hace falta decir que el presidente Reagan la llevaba a raja tabla y que el muro de Berlín cayó.
Verificar, comprobar, está visto en España como un signo de desconfianza: “¿Es que no te fías de mi?”. Algo que se puede echar en cara sea cual sea la importancia del asunto a tratar y es un motivo de indignación socialmente reconocido. El valor, o la sobrevaloración, de la confianza forma parte de nuestra cultura, probablemente como influencia del peso de la doctrina católica en la formación de nuestros valores.
Entonces… ¿los detectives privados vivimos de la desconfianza?
No, señores. Vivimos de la prudencia.
A nivel de relaciones económicas la prudencia está mucho mejor vista. Cada vez son más las empresas que solicitan informes de posibles socios comerciales, clientes o altos ejecutivos a los que quieren fichar. La “Due dilligence” o diligencia debida obliga, incluso de manera legal, a ser prudente y verificar los asuntos considerados como fundamentales en las relaciones comerciales. “Debiste darte cuenta”, sería el reproche que se le hace a cualquier administrador que cae en una estafa.
Durante estos últimos meses, en dos “chequeos rutinarios” encargados por empresas hemos detectado posibles estafas provenientes de proveedores inexistentes. Os explico un poco el sistema:
1.- Los estafadores se presentan como parte de un grupo empresarial muy grande. Ellos concretamente dicen ser los encargados de vender X (X pueden ser tomates, naranjas, o el famoso “mármol azul de Segovia”, da igual, un tipo de materia prima o secundaria cualquiera).
2.- Con la excusa de la crisis española y la falta de consumo interno ofrecen unos precios inferiores a los de mercado. Tal vez no demasiado, pero lo suficiente como para ser la mejor opción de las posibles.
3.- El nombre del “grupo empresarial” recuerda al de famosos grupos reales, por ejemplo el “Banco La Caixa Santander” con un fin que explicaremos ahora.
4.- El ingenuo, de lengua no latina, busca en google: “Banco La Caixa Santander” y google, que cada día es más usado y a la vez funciona peor, saca como resultados: 1º la página chapucera de los estafadores y después toda una ristra de páginas que hablan de “La Caixa” o del “Banco Santander” y la tonelada de millones que mueven. Fotos de Fernando Alonso con Emilio Botín, y artículos de los más prestigiosos periódicos económicos internacionales.
5.- Aquí llegamos al primer punto clave. O el cliente no es tan ingenuo y sospecha algo, con lo que puede tirarse para atrás o contratar un servicio como el de Omnia Veritas detectives privados especializados en investigaciones mercantiles, o bien, le parece suficiente y encarga un primer pedido de prueba. “¿No van a ser de fiar?” –piensa el ingenuo- “si están forrados de dinero, que suerte he tenido”.
6.- Dependiendo del volumen del pedido el estafador le propondrá hacer uso de métodos de pago tipo Western Union, o similar, o directamente un número de cuenta.
7.- El pedido no llega nunca y el estafador no aparece por ningún lado.
Si el administrador es un poco prudente encargará una investigación comercial básica antes de realizar el primer pedido y la cosa quedará en un susto, habrá cumplido su obligación de diligencia debida.
Hasta aquí la verificación en el mundo empresarial, ahora vamos con una más delicada: la verificación en el mundo sentimental.
Si en el aspecto empresarial o de negocios la diligencia es lo común, en el mundo de las relaciones de pareja está totalmente mal vista.
Toda relación de pareja es producto de un acuerdo no escrito. Ambos miembros saben lo que se espera de ellos y qué conductas son “toleradas” o no. Aquí no hay un “juzgado” que dirima lo que es justo o legal y lo que no, aunque sí suela haber apelaciones a tenor del resultado.
Las reglas son privadas, tanto que muchas de ellas jamás las sabrá el detective, e incluso alguna puede que no la sepa la pareja del contratante de sus servicios, y desde luego cada pareja tiene las suyas propias, desde la pareja más liberal hasta la más tradicional con toda una serie propia de contradicciones.
Los clientes suelen ser lo que indican al detective qué conductas son las que desean que sean las investigadas. Los límites suelen variar mucho, desde el clásico “me da igual si hay strippers pero no que entre en un puticlub” al “si va de putas me da igual, lo único que me preocupa es si tiene a otra fija” pasando por el “si se enrolla con un desconocido me da igual, somos liberales, pero como sea su ex…”.
Aunque que te estafen 20.000 € pueda afectarnos mucho, más nos suele afectar darnos cuenta de que quien creíamos que era nuestra pareja para toda la vida no cumple los requisitos que creíamos necesarios.
Lo peor en la materia no es darse cuenta a falta de 15 días para la boda, lo peor es enterarte, de casualidad, a 15 días de la boda de tus hijos. Entonces la vida te da una bofetada de la que cuesta más recuperarse.
¿Qué podemos hacer entonces? Verificar, sí, verificar.
Todos tenemos el derecho a saber si la otra parte de un contrato cumple con su parte, aunque sea un contrato de convivencia, o si nos miente o esconde cosas, y más nos vale hacerlo pronto.
Verificar y comprobar no es de desconfiados, es de prudentes. ¿Lo eres tu?
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